Pichincha 1890, C1245 Cdad. Autónoma de Buenos Aires, Argentina
El hospital que atesora nuestras historias más importantes
Cada vez que se meten con el hospital me enojo y lanzo un conciso “¡CON EL HOSPITAL NO!”
Esta vez es diferente, es tan diferente que hasta quienes salen a defenderlo (con todo el amor y respeto) se quedan cortos.
Esta columna me va a dar el jackpot en odio de muchos, hasta de los míos. Y es una reflexión 100% auto referencial .
Yo no sé qué día llegué al hospital, venía del Hospital San Roque de Paraná, luego de que me deriven de la clínica en Victoria. En Paraná me moría esa noche. Mi tía se llevó un pañal mío a su laboratorio y le pidió al médico que cambie mi medicación. Mi tía cita al médico “¡total!, perdido por perdido…” Esa noche reaccioné, la última chance era el traslado al Hospital Garrahan.
Siempre tuve muchas preguntas: ¿Cuándo me llevaron?, ¿Cuánto tiempo estuve en total?, ¿Qué tenía?, ¿Quién viajó conmigo en la ambulancia?, ¿Qué me hicieron?, ¿Porqué me curé?, y tantas más.
“Dios lo hizo posible”. En Entre Ríos se habla así, “fue la gracia de Dios y vos debes estar agradecida de estar acá a el, punto”. Esa maldita liviandad de darle la espalda a las cosas importantes.
Perdón yo acá me veo una cicatriz que me recorre el abdomen y es blanco de un caudal de bullying. No me puedo quejar, tengo que agradecer a la divina providencia.
A mi me quedó un ángel en el hospital a quien transformé en mi familia. Ella, trabajadora incansable y pasional, el estereotipo de personal del hospital “TODO IMPORTA EN EL HOSPITAL. TODO”
Siempre quise conocer más de esa bruma en mi historia que estuvo llena de gente, anécdotas y sobre todo cuidado en el primer año de mi vida para que simplemente pueda vivir.
A los 31 años lleve todas estas preguntas a terapia. Otro ángel, Eva, mi psicóloga.
Me propuso viajar con esa Florencia bebé y mirarla: era una bebé con una infección de estreptococo en el intestino. De seguro era un bebé con dolor en el cuerpo y fiebre, un bebé con 6 intervenciones quirúrgicas (lo que alguna vez escuché) en quirófanos, sola, enferma, intubada rodeada de médicos -gente desconocida- . Fue la primera vez que sentí amor a mi.
Esos grupos interdisciplinarios los conocí en una visita al hospi a mis 14, yo quería mucho conocerlo. Un puñado de médicos de distintas edades trabajaban en un grupo con uno que lideraba, como un jefe o algo así, se acercaron, checkearon mi cicatriz, les parecía una obra de arte, la miraban, la palpaban, la comentaban, esa misma cicatriz que me avergonzaba, que maldecía por no tener el abdomen normal de las chicas lindas. Esa que se disimulaba con trucos de belleza en vez de volver a lo que él Garrahan había logrado con tanta profesionalidad. ¡Tanto, tanto laburo!
Esa gente tan importante con sus ambos y con su comunicación fluida y constante con castellano en diferentes acentos, me parecían la superioridad total.
En esa misma visita me mostraron mi historial médico. Si, muchos años después, era un libro gordo como una biblia. Lo llevan los que entienden el lenguaje, los que pueden decodificar un cuerpo humano enfermo y arreglarlo.
Yo ato cabos en mi historia, pero también en las que hay alrededor.
Mis papás intentaban pasar todo el tiempo del mundo ahí. 2 hijos en Entre Ríos, una en una incubadora a 400 km. Guardias, familias al lado nuestros que van y vienen, cada una de algún punto recóndito del país, con sus historias, miedos y esperanzas. Todas con enfermedades, condiciones y accidentes de cualquier tipo y forma. Todas pasaron en Garrahan, todos llegamos con las corridas y revuelos de quienes hacían lo posible para que lleguemos ahí. Es mucho, ¡muchísimo!
La mamá de quien pasó unas semanas al lado mío charlaba con la mía en un código único, que sólo entienden las que están en esas vigilias, también ocurría con las de la sala de enfrente y así. Se comparten los mates, se parten los bocadillos a la mitad para compartirlos, “tirate una siestita y yo te la miro y le tomo la temperatura”, “¿me lo miras hasta que voy al baño y vuelvo?”, “vení vamos a hacer una cadena de oración”, “yo puedo donarte lo que necesitan”. Una comunidad, una familia en silencio rodeada de aparatos.
Las conjeturas sobre el funcionamiento del Hospital Garrahan son inverosímiles y acotadas. Eduardo Feinmann, -en una irresponsable intervención con personal del hospital- sugirió que le parece ilógico la cantidad de administrativos y médicos en el hospital, quejándose hasta de la cantidad de empleados de limpieza (DE UN HOSPITAL DE ALTA COMPLEJIDAD), éste último me resulta directamente demencial , pero si vamos párrafos atrás, donde cuento la osadía que fué para nosotros llegar ahí, debemos extender esto a todo el país, a cada rincón, así se multiplica. Porque por más que el edificio esté en Buenos Aires (alto karma para el resto del país, como casi todo), Garrahan es el hospital pediátrico más importante de AMÉRICA LATINA.

Es muy importante y muy complejo, tanto que deberíamos callarnos, abastecerlo, brindarle el mejor espacio laboral a sus trabajadores y celebrar su existencia con el mayor orgullo.
Así como también a la existencia de la red de atención de la salud pública en Argentina. Porque mi familia me enterraba en una semana si el sistema era la utopía neoliberal que proponen, pero también hubiese sido la suerte de todas estas otras miles de familias con sus niños y niñas.
A las familias laburantes no les da para adquirir servicios de un hospital libertario. En ese futuro, casi nadie es bienvenido, ni mucho menos protegido.
Dr. César Etchart, no me diste la chance de que te vote (llegué tarde). ¡Qué intendente nos perdimos!. Gracias, por celebrar verme viva, crecida y sana. Perdón por “¡como te hice transpirar!”. En la gloria que te merecés, se que estás.
Marta Atencio. No hay hospital sin las hormiguitas como Marta, devenida en mi tía del corazón, los mates del verano. El hospital te ama y te extraña por siempre.
Marta Valencia, la pediatra de la que padres y madres reniegan con la guardia alta. Marta va a salvar a tu hijo muchísimo antes de que a los padres se le pase la terquedad, con amor, fé, profesionalismo y humanidad.
Mi colostomía, por ahí pasó, con bolsitas de animales, mi intestino se fue cerrando y curó. Casi ninguna secuela. Lista para ir a vivir.
Me contaron que los días allí me gustaba mucho mirar álbumes con fotos y que el día que me dieron el alta había música en los pasillos y yo salí a bailar.
Somos millones, atendidos en excelencia, pese a quien le pese.
¡Gracias Hospital de mi vida y mi corazón! Sos el templo de los que, en la adversidad, tuvimos la fortuna de haber sido curados allí. Y los que no lo lograron, se fueron en las manos más protectoras que hay en Argentina.
Flor
Lloré de emoción....sólo el que lo vivió lo puede redactar con el corazón ♥ en las manos